Nuestro Pentecostés

Existe un espíritu personal de Pentecostés que debamos recibir individualmente como verdaderos seguidores de Cristo en este mundo?

Como una auténtica efusión del Espíritu Santo?

Como un don y una inmensa dotación espiritual como la que recibieron los apóstoles en compañía de la Virgen María? Un carisma de tal magnitud, si lo aceptamos en nuestras vidas mediante la oración, la humildad y la gracia santificante, puede permitirnos ser transformados de seguidores a líderes y sanadores, empoderados por el Espíritu Santo.

Este nuevo espíritu de Pentecostés sin duda nos animará, condenará si es necesario, vencerá, guiará y nos ayudará a comprender las cosas de Dios, a menudo descritas como 'las Escrituras cobrando vida', y nos animará con un deseo de compartir con otros la bondad de Dios.

Para ello, necesitaremos fe verdadera, arrepentimiento, aceptar nuestros pecados y un verdadero deseo de vivir una nueva forma de vida.

Nuestra antigua forma de vida siempre sigue los dictados de nuestra propia personalidad, nuestro ego personal y nuestro sentido de autoimportancia, que siempre busca beneficios personales y egoístas.

Sin embargo, tenemos libre albedrío y, sin importar cuán difíciles sean nuestras circunstancias personales, podemos decidir qué curso de acción tomar en nuestras vidas para alcanzar nuestros propósitos.

Esto se debe a que nuestro espíritu es una parte eterna e inquebrantable de nuestro ser, y si logramos establecer una conexión constante con él para recibir su energía, inspiración y directrices, todo lo que hagamos se transformará no solo para nuestro propio bien, sino para el bien de todos los que nos rodean.

Y esto conduce a la experiencia pentecostal, a la realización del Espíritu de Pentecostés para nuestras vidas de una vez por todas.

El seguir las impresiones originales de nuestra alma, nuestro espíritu, que al estar conectado indisolublemente con la realidad última y el plan divino, nos ayudará a que nuestra existencia se desarrolle de acuerdo con la voluntad de nuestro Padre Celestial.

En resumen, vinimos a este mundo para hacer nuestra propia voluntad, viviendo la quimera de la idolatría en la que nuestro mundo aún está profundamente inmerso, o para complementar activamente la voluntad de nuestro Padre Celestial, colaborando así en el desarrollo de su plan evolutivo.

​ ​ ​ ​ ​ ​ ​ La decisión es nuestra.