Con poco má s de treinta añ os, tras morir su madre, Agatha Bodenham se encuentra completamente sola. Entonces recordará , e invocará de nuevo a la vida, a la ú nica compañ era que ha tenido en toda su existencia: Clarissa, una amiga imaginaria de la niñ ez. Sí , imaginaria pero, en verdad, má s real que cualquier otra persona. Al principio, Clarissa se le aparecerá só lo de noche, luego conquistará el dí a, fundamentando su existencia material en la calidez del amor obsesivo de Agatha, hasta que los demá s, extrañ amente, tambié n consiguen verla.
Verla pero no tocarla. . . Agatha protegerá hasta las ú ltimas consecuencias su creació n con un amor obstinado y posesivo; protegerá a Clarissa de los demá s, incluso del amor de un hombre, pues si cualquier otro llegase a tocarla las consecuencias serí an fatales.
La soledad siempre acaba siendo fantasmal. Edith Olivier nos ofrece una novela corta en la que la protagonista empieza buscando un espejo al que hablarle sin miedo ni prejuicios y termina construyendo una existencia paralela capaz de responder preguntas como ella misma no ha sabido hacer; capaz de desear y de intentar, incluso de acometer, todo lo que ella no tuvo el valor de llevar a cabo: una criatura que responda al amor tal y como se espera. El Frankenstein personal de Agatha Bodenham no está compuesto de partes muertas; al contrario, está creado a partir de toda esa vida que no hemos vivido (que nos falta por vivir) cuando nos enfrentamos a la realidad opresiva.
Clarissa es la grieta por la que la luz entra en la vida de Agatha. Clarissa es todo lo que hay entre Agatha y la inmensa soledad que la aterra.